· Ciudad del Vaticano ·

La fuerza para romper el caparazón

 La fuerza para romper el caparazón  SPA-037 La fuerza para romper el caparazón  SPA-037
13 septiembre 2024

“La evangelización se hace posible cuando nos atrevemos a ‘romper’ el frasco que contiene el perfume”, dijo el Papa en el discurso pronunciado durante el encuentro con obispos, sacerdotes, consagrados, seminaristas y catequistas en la catedral de Dili.

El texto del Evangelio citado por el Papa es el de María rompiendo el jarrón para ungir los pies de Jesús, una escena que por su “sensorialidad” es muy apreciada por Bergoglio, que a menudo utiliza esta dimensión “olfativa” del perfume o del olfato en su lenguaje imaginativo. Pero hay otra imagen que utiliza en la misma frase que llama la atención, la de “romper el ‘caparazón’ que frecuentemente nos encierra en nosotros mismos y salir de una religiosidad mediocre, cómoda, vivida sólo para necesidad personal”. A la tentación de la pereza cómoda y egocéntrica, el Papa responde con las palabras utilizadas por sor Rosa en su testimonio: “Una Iglesia en marcha, una Iglesia que no se detiene, que no gira en torno a sí misma, no, que no gira en torno a sí misma, sino que arde a causa de la pasión por llevar la alegría del Evangelio a todos”. Las palabras de sor Rosa corroboran la visión del Papa de una “Iglesia en salida”, imagen que el Papa propone a los fieles desde hace más de once años. Por tanto, es necesario, incluso urgente, tener la fuerza para romper el caparazón. El caparazón, como el nido, la guarida, son imágenes cálidas, acogedoras, vitales, pero que pueden transformarse en su contrario, pueden volverse frías, repelentes, mortales.

El gesto de romper el caparazón recuerda otra imagen exótica pero efectiva, la de la langosta. Este animal, que todo el mundo conoce por la monstruosidad de su forma y aprecia por la delicadeza de su carne, desarrolla un proceso vital muy interesante. De hecho, la langosta nace desnuda y la “armadura” que la recubre va apareciendo en una etapa posterior. La armadura, o caparazón, es un exoesqueleto, una superestructura que al mismo tiempo defiende al molusco pero también lo enjaula y, en última instancia, lo tortura. En cierto momento esa armadura resulta apretada y asfixiante y la langosta tendrá que deshacerse de ella. Tendrá que “romper el caparazón” y volver a ser un molusco desnudo y vulnerable hasta que se forme una nueva “estructura”. Sólo así, con este paso-retorno a la frágil desnudez original, la langosta podrá seguir viviendo. Esto no ocurre una sola vez, sino que se repite en la vida del animal una y otra vez: la langosta continuamente “muere y renace” y se convierte así en uno de los seres más longevos de la Tierra, llegando a vivir hasta 130 años. Hay un interesante ensayo escrito por el profesor Stefano De Matteis que aborda este tema y se titula “El dilema de la langosta”, con un subtítulo aún más interesante: “La fuerza de la vulnerabilidad”: de hecho, hay un momento en el que la langosta se encuentra desnuda, desvalida, indefensa, cuando pasa de una vieja armadura, ahora rota, a la nueva, pero es precisamente ese momento el que marca su tenaz vitalidad, su fuerza, porque “cuando soy débil, es entonces cuando Soy fuerte” (2 Cor 12,10).

Desde el comienzo de su historia, desde el mismo Evangelio, la Iglesia ha desarrollado numerosas imágenes para expresar y hacer comprensible su misterio a su propia conciencia. La expresión del Papa, “romper el caparazón”, hoy nos autoriza a añadir otra imagen, la de la langosta. La Iglesia necesita también, a lo largo de su travesía por los mares agitados del mundo, desvestirse, volver a su desnudez original, sacudirse las pesadas superestructuras defensivas y volver a centrarse en lo esencial, sabiendo que, como ha afirmado el Papa en varias ocasiones: en el centro de la Iglesia no está la Iglesia. Lo repitió en Dili al hablar de Timor Oriental situado “en los confines del mundo”: “Yo también vengo de los confines del mundo, pero ustedes más que yo. Y me gusta decir: precisamente porque está en los confines del mundo, se encuentra en el centro del Evangelio. Y esta es una paradoja que tenemos que aprender: en el Evangelio, los confines son el centro y una Iglesia que no tiene capacidad de confines y que se esconde en el centro es una Iglesia muy enferma. En vez, cuando una Iglesia piensa afuera, envía misioneros, se mete en esos confines que son el centro, el centro de la Iglesia. Gracias por estar en los confines. Porque sabemos bien que en el corazón de Cristo las periferias de la existencia se encuentran en el centro. El Evangelio está poblado de personas que se hallan en los márgenes, en los confines, pero que son convocados por Jesús y se vuelven protagonistas de la esperanza que Él nos vino a traer”.

Así hoy el Papa al pueblo festivo de Dili, y esto es lo que siempre ha hecho la Iglesia en estos dos mil años, especialmente en momentos de crisis, corriendo todos los riesgos intrínsecos a este proceso de desarme y expoliación. Y precisamente por eso es tan longeva: cambiando continuamente de forma exterior y al mismo tiempo manteniendo intacto su corazón, esa carne dulce y aromática que se esconde y se conserva en su intimidad más íntima y que es carne de Cristo y de su Evangelio. En esta imagen está todo el desafío que está atravesando en los últimos años la Iglesia dirigida por el Papa Francisco, ambos ardiendo por la pasión de “llevar a todos la alegría del Evangelio”.

Andrea Monda