Hoy es la fiesta de Santa Catalina de Siena, Doctora de la Iglesia, Patrona de Europa. Recemos por Europa, por la unidad de Europa, por la unidad de la Unión Europea: para que todos juntos podamos avanzar como hermanos.
En la primera Carta de san Juan Apóstol hay muchos contrastes: entre luz y oscuridad, entre mentira y verdad, entre pecado e inocencia (cf. 1 Juan 1, 5-7). Pero el apóstol llama siempre a la concreción, a la verdad, y nos dice que no podemos estar en comunión con Jesús y caminar en la oscuridad, porque Él es la luz. O una cosa o la otra: el gris es peor, porque el gris te hace creer que caminas en la luz, porque no estás en la oscuridad, y esto te tranquiliza. El gris es muy traicionero. O una cosa o la otra.
El apóstol continúa: “Si decimos: ‘No tenemos pecado’, nos engañamos y no hay verdad en nosotros” (1 Juan 1, 8), porque todos hemos pecado, todos somos pecadores. Y aquí hay un aspecto que nos puede engañar: al decir “todos somos pecadores”, como quien dice “buenos días”, algo habitual, incluso algo social, no tenemos una verdadera conciencia del pecado. No: yo soy un pecador por esto, esto y esto. Lo concreto. Lo concreción de la verdad: la verdad es siempre concreta; las mentiras son etéreas, son como el aire, no puedes agarrarla. La verdad es concreta. Y no puedes ir a confesar tus pecados de manera abstracta: “Sí, yo... sí, una vez que perdí la paciencia, otra vez...”, y cosas abstractas. “Soy un pecador”. La concreción: “Yo hice esto. Yo pensé esto. Yo dije esto”. La concreción es lo que me hace sentir un pecador en serio y no un “pecador en el aire”.
Jesús dice en el Evangelio: “Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a los pequeños” ( Mateo 11, 25). La concreción de los pequeños. Es hermoso escuchar a los pequeños cuando vienen a confesarse: no dicen cosas extrañas, “en el aire”; dicen cosas concretas, y a veces demasiado concretas porque tienen esa simplicidad que le da Dios a los pequeños. Recuerdo siempre a un niño que una vez vino a decirme que estaba triste porque se había peleado con su tía... Luego continuó. Le dije: “¿Qué has hecho?” – “Estaba en casa y quería ir a jugar a fútbol —un niño— pero mi tía, mamá no estaba, me dijo: “No, no sales: primero tienes que hacer los deberes”. Una palabra tira de otra, y al final la mande a “ese país”. Era un niño de gran cultura geográfica... ¡También me dijo el nombre del país al que había mandado a su tía! Son así: sencillos, concretos.
También nosotros debemos ser sencillos, concretos: la concreción te lleva a la humildad, porque la humildad es concreta. “Todos somos pecadores” es algo abstracto. No: “Yo soy un pecador por esto, por esto y por esto”, y esto me lleva a sentir vergüenza de mirar a Jesús: “Perdóname”. La verdadera actitud del pecador. “Si decimos: ‘No tenemos pecado’, nos engañamos y no hay verdad en nosotros” (1 Juan 1, 8). Es una forma de decir que estamos sin pecado, es esa actitud abstracta del “sí, somos pecadores, sí, perdí la paciencia una vez...”, pero “todo en el aire”. No me doy cuenta de la realidad de mis pecados. “Pero, usted lo sabe bien, todos, todos hacemos estas cosas, lo siento, lo siento... me duele, no quiero hacerlo más, no quiero decirlo más, no quiero pensarlo más”. Es importante que dentro de nosotros demos nombre a nuestros pecados. La concreción. Porque si nos “mantenemos en el aire”, terminaremos en las tinieblas. Volvámonos como los pequeños, que dicen lo que sienten, lo que piensan: todavía no han aprendido el arte de decir las cosas un poco envueltas para que se entiendan, pero no se digan. Este es un arte de los grandes, que muchas veces no nos hace ningún bien.
Ayer recibí una carta de un chico de Caravaggio. Se llama Andrea. Y me contaba cosas suyas: las cartas de los chicos, de los niños, son muy hermosas, por lo concretas que son. Y me decía que había oído misa en la televisión y que tenía que “reprocharme” una cosa: que yo digo “que la paz sea con vosotros”, “y tú no puedes decirlo porque con la pandemia no podemos tocarnos”. No ve que vosotros [aquí en la iglesia] hacéis una inclinación con la cabeza y no os tocáis. Pero la libertad de decir las cosas como son.
Nosotros también, con el Señor, hemos de tener la libertad de decir las cosas como son: “Señor, yo estoy en pecado: ayúdame”. Como Pedro después de la primera pesca milagrosa: “Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador” (Lucas 5, 8). Tener esta sabiduría de lo concreto. Porque el diablo quiere que vivamos en la tibieza, tibios, en el gris: ni bueno ni malo, ni blanco ni negro: gris. Una vida que no complace al Señor. Al Señor no le gustan los tibios. Concreción. Para no ser mentirosos. “Si reconocemos nuestros pecados, fiel y justo es él para perdonarnos” (1 Juan 1, 9). Nos perdona cuando somos concretos. La vida espiritual es muy sencilla, muy sencilla; pero nosotros la complicamos con estos matices, y al final no llegamos nunca...
Pidamos al Señor la gracia de la sencillez y que nos dé esta gracia que da a la gente sencilla, a los niños, a los jóvenes que dicen lo que sienten, que no ocultan lo que sienten. Incluso si es algo equivocado, pero lo dicen. También con Él, decir las cosas: transparencia. Y no vivir una vida que no es ni una cosa ni la otra. La gracia de la libertad para decir estas cosas y también la gracia de conocer bien quiénes somos ante Dios.