Recemos hoy por los hombres y mujeres que tienen vocación política: la política es una alta forma de caridad. Por los partidos políticos de los distintos países, para que en este momento de pandemia busquen juntos el bien del país y no el bien de su propio partido.
Este hombre, Nicodemo, es un jefe de los judíos, un hombre prestigioso; sintió la necesidad de ir donde Jesús. Fue por la noche, porque tenía que tomar precauciones, ya que los que iban a hablar con Jesús no estaban bien vistos (cf. Juan 3, 2). Es un fariseo justo, porque no todos los fariseos son malos: no, no; también había fariseos justos. Este es un fariseo justo. Sintió la inquietud, porque es un hombre que había leído a los profetas y sabía que lo que Jesús estaba haciendo había sido anunciado por los profetas. Sintió la inquietud y fue a hablar con Jesús. “Rabbí, sabemos que has venido de Dios como maestro” (v.2): es una confesión, hasta cierto punto. “Porque nadie puede realizar las señales que tú realizas, si Dios no está con él” (v.2). Y se detiene. Se detiene antes del “por tanto”. Si digo esto... por tanto... Y Jesús respondió. Respondió misteriosamente, como no se lo esperaba Nicodemo. Respondió con esa figura del nacimiento: “el que no nazca de lo alto, no puede ver el Reino de Dios” (v. 3). Y Nicodemo, se siente confundido, no entiende y toma ad litteram la respuesta de Jesús: pero “¿Cómo puede uno nacer siendo ya viejo?” (cf. v. 4). Nacer de lo alto, nacer del Espíritu. Es el salto que debe dar la confesión de Nicodemo y él no sabe cómo hacerlo. Porque el Espíritu es imprevisible. La definición del Espíritu que Jesús da aquí es interesante: “El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu” (v. 8), es decir, libre. Una persona que se deja llevar de una parta y de otra parte por el Espíritu Santo: esta es la libertad del Espíritu. Y cualquiera que haga esto es una persona dócil, y aquí se habla de la docilidad al Espíritu.
Ser cristiano no es sólo cumplir los mandamientos: hay que cumplirlos, eso es cierto; pero si te detienes ahí, no eres un buen cristiano. Ser un buen cristiano es dejar que el Espíritu entre en ti y te lleve, te lleve donde quiera. En nuestra vida cristiana muchas veces nos detenemos como Nicodemo, ante el “por tanto”, no sabemos qué paso dar, no sabemos cómo hacerlo o no tenemos la confianza en Dios para dar este paso y dejar entrar al Espíritu. Nacer de nuevo es dejar que el Espíritu entre en nosotros y que sea el Espíritu quien me guíe y no yo, y aquí: libre, con esta libertad del Espíritu que nunca sabrás dónde acabarás.
Los apóstoles, que estaban en el Cenáculo, cuando vino el Espíritu salieron a predicar con ese valor, esa franqueza (cf. Hechos 2, 1-13)... no sabían que esto iba a suceder; y lo hicieron, porque los guiaba el Espíritu. El cristiano no debe nunca detenerse sólo en el cumplimiento de los Mandamientos: hay que cumplirlos, pero hay que ir más allá, hacia este nuevo nacimiento que es el nacimiento en el Espíritu, que le da la libertad del Espíritu.
Esto es lo que le pasó a esta comunidad cristiana de la primera Lectura, después de que Juan y Pedro volvieran de ese interrogatorio que tuvieron con los sacerdotes. Fueron a ver a sus hermanos, en esta comunidad, y reportaron lo que los jefes de los sacerdotes y los ancianos les habían dicho. Y la comunidad, cuando oyó esto, todos juntos, se asustaron un poco (cf. Hechos 4, 23). ¿Y qué hicieron? Rezaron. No se detuvieron en las medidas de precaución, “no, hagamos esto ahora, vayamos un poco más tranquilos...”: no. Rezar. Dejar que sea el Espíritu quien les diga qué hacer. Levantaron sus voces a Dios diciendo: “¡Señor!” (v. 24) y rezaron. Esta hermosa oración de un momento oscuro, de un momento en el que tienen que tomar decisiones y no saben qué hacer. Quieren nacer del Espíritu, abren sus corazones al Espíritu: que sea Él quien lo diga... Y dicen: “Porque verdaderamente en esta ciudad se han aliado Herodes y Poncio Pilato con las naciones y los pueblos de Israel contra tu santo siervo Jesús, a quien has ungido” (cf. v. 27), cuentan la historia y dicen: “¡Señor, haz algo!”. “Y ahora, Señor, ten en cuenta sus amenazas y concede a tus siervos que puedan predicar tu Palabra con toda valentía” (v. 29) piden la franqueza, la valentía, de no tener miedo: “extendiendo tu mano para realizar curaciones, señales y prodigios por el nombre de tu santo siervo Jesús” (v. 30). “Acabada su oración, retembló el lugar donde estaban reunidos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo y predicaban la Palabra de Dios con valentía” (v. 31). Sucedió un segundo Pentecostés, aquí.
Ante las dificultades, ante una puerta cerrada, que no sabían cómo avanzar, van al Señor, abren sus corazones y el Espíritu viene y les da lo que necesitan y salen a predicar, con valentía, y adelante. Esto es nacer del Espíritu, esto es no detenerse en el “por tanto”, en el “por tanto” de las cosas que siempre he hecho, en el “por tanto” del después de los Mandamientos, en el “por tanto” después de las costumbres religiosas: ¡no! Esto es nacer de nuevo. ¿Y cómo se prepara uno para nacer de nuevo? A través de la oración. La oración es lo que abre la puerta al Espíritu y nos da esta libertad, esta franqueza, este coraje del Espíritu Santo. Que nunca sabrás dónde te va a llevar. Pero es el Espíritu.
Que el Señor nos ayude a estar siempre abiertos al Espíritu, porque es Él quien nos llevará adelante en nuestra vida de servicio al Señor.