Un camino de verdad y justicia, presagio de paz, libertad y democracia. Es lo que pide el cardenal birmano Charles Maung Bo, de 72 años y arzobispo de Yangon, mientras Myanmar vive «un tiempo de prueba y sufrimiento». En una entrevista con L’Osservatore Romano, el purpurado, que también es presidente de la Federación de las Conferencias episcopales de Asia (Fabc), destaca la resistencia del pueblo birmano, que no pierde la esperanza.
Cardenal Bo, ¿puede describir la situación que hoy están viviendo en Myanmar?
Myanmar vive otro capítulo de su historia denso de oscuridad, de derramamiento de sangre y represión. Después de un decenio de reformas y aperturas, no obstante los desafíos y los obstáculos, pensábamos que habíamos vislumbrado el sol que empezaba a salir en nuestra bellísima tierra. Estaba emergiendo la perspectiva, aunque frágil o vacilante, de una nueva alba de democracia, libertad, paz y justicia. Hoy, sin embargo, después del golpe de estado del 1 de febrero, hemos vuelto de repente a la pesadilla de la represión militar, de la brutalidad, de la violencia y de la dictadura.
¿Qué opina de las protestas pacíficas que se extienden por todo el país?
Hemos sido testigos de la increíble valentía, compromiso y creatividad de nuestro pueblo: miles de personas han salido a las calles y se han manifestado pacíficamente en todo el país durante muchos días. Los jóvenes y todos los ciudadanos muestran tenacidad y resiliencia: están decididos a no permitir que la democracia, la libertad y la paz, ganadas con tanto esfuerzo, sean canceladas repentinamente. Los jóvenes no aceptan que les roben la esperanza. Su fortaleza es una gran inspiración para todos nosotros. El sentido de “unidad en la diversidad” y la solidaridad mutua entre personas de diferentes grupos étnicos y religiones, codo con codo por la misma causa, es signo de la madurez de un pueblo. Es un bien verlo emerger con claridad, en un momento crítico para el país.
La respuesta de las fuerzas armadas es una dura represión: ¿cuáles son sus sentimientos?
Vivimos en un momento de gran prueba y sufrimiento. Todos los días hay disparos, golpes, derramamiento de sangre, que provocan dolor, amargura, indignación, luto. Muchas personas inocentes resultan heridas o asesinadas en las calles y miles más han sido arrestadas o han desaparecido. En los estados de Myanmar habitados por minorías étnicas donde, hace algunos años, se firmaron acuerdos de tregua, los militares reanudaron los ataques a civiles, creando miles de desplazados internos y agravando una crisis humanitaria preexistente. La situación es grave y nuestro corazón está profundamente entristecido.
¿Cómo vive la comunidad cristiana Myanmar esta coyuntura?
En estos tiempos triste y oscuros, el Señor llama a la Iglesia a ser instrumento de justicia, paz y reconciliación, a ser “sus manos y sus pies” en el consolar a los afligidos, en contrastar el odio con el amor, en salvar vidas humanas. Para nosotros es luz el pasaje bíblico del profeta Isaías (Is 65, 17-21) donde el Señor dice: «yo voy a crear un cielo nuevo y una tierra nueva». Dios nos promete que no nos abandonará y que no dejará que el mal prevalezca. De la Palabra de Dios acogemos ese mensaje de esperanza que es el centro de nuestra fe. Nosotros, Iglesia en Myanmar, custodiamos en el corazón este mensaje. Rezaremos y trabajaremos para que un nuevo Myanmar pueda renacer de esta tragedia.
¿Qué idea de nación tiene y cómo se puede tratar de incidir en el actual escenario político?
En nuestra visión hay un Myanmar en el que todo ser humano es realmente partícipe de los derechos y de las libertades fundamentales; un Myanmar donde se celebra la diversidad étnica y religiosa y donde se disfruta de verdadera paz; un Myanmar en el que los militares bajan las armas, dejan el poder y hacen lo que un ejército debería hacer: proteger, no atacar, al pueblo. En esta Cuaresma no abandonamos la esperanza de que Myanmar resurja. Conocemos el sendero para recorrer con fe, oración, amor, diálogo y valentía: un sendero de verdad y justicia, que conduce a la libertad, la paz y la democracia. Para alcanzarlo necesitamos la oración de todos nuestros hermanos y hermanas en el mundo.
De Paolo Affatato