Carta del Pontífice por los mil días de agresión militar contra Ucrania

El Señor pedirá cuentas de todas las lágrimas derramadas

TOPSHOT - Memprial crosses are seen on the new graves at a cemetery in the southern city of Kherson ...
22 noviembre 2024

En “los mil días de agresión militar a gran escala que están sufriendo los ucranianos”, el Papa Francisco envió el 19 de noviembre una carta al nuncio apostólico en el martirizado país, el arzobispo Visvaldas Kulbokas, esperando que la palabra paz pueda pronto “resonar en las familias, en los hogares y en las plazas de la querida Ucrania”.

Querido hermano:

A través de esta carta, que le dirijo como mi representante en la amada y martirizada Ucrania, deseo abrazar a todos sus ciudadanos, dondequiera que se encuentren. La ocasión me la brinda el cumplimiento de los mil días de agresión militar a gran escala que están sufriendo los ucranianos. Sé bien que ninguna palabra humana es capaz de proteger sus vidas de los bombardeos diarios, ni consolar a quienes lloran a los muertos, ni curar a los heridos, ni repatriar a los niños, ni liberar a los prisioneros, ni mitigar los duros efectos del invierno, ni devolver la justicia y la paz. Y es esta palabra, paz, desgraciadamente olvidada por el mundo de hoy, la que nos gustaría oír resonar en las familias, en los hogares y en las plazas de la querida Ucrania. Lamentablemente, al menos por ahora, no es así. Estas mías, sin embargo, no pretenden ser simples palabras, aunque llenas de solidaridad, sino, como lo he hecho desde el inicio de la invasión de este país, una sentida invocación a Dios, única fuente de vida, de esperanza y de sabiduría, para que convierta los corazones y los haga capaces de iniciar caminos de diálogo, de reconciliación y de concordia.

Sé que cada mañana, a las nueve, con un “minuto de silencio nacional”, los ucranianos recuerdan con dolor las numerosas víctimas causadas por el conflicto, niños y adultos, civiles y soldados, así como prisioneros, que a menudo se encuentran en condiciones deplorables. Me uno a ellos, para que sea más fuerte el grito que se eleva hacia el Cielo, del que viene el socorro: “Mi socorro viene del Señor, que hizo los cielos y la tierra” (Sal 121). Que el Señor consuele nuestros corazones y fortalezca la esperanza de que, mientras recoge todas las lágrimas derramadas y pide cuentas de ellas, permanece a nuestro lado incluso cuando los esfuerzos humanos parecen infructuosos y las acciones insuficientes.

Con la confianza de que Dios pronunciará la última palabra sobre esta inmensa tragedia, bendigo a todo el pueblo ucraniano, comenzando por los Obispos y los Sacerdotes, con los que usted, querido hermano, ha permanecido al lado de los hijos e hijas de esta Nación a lo largo de todos estos mil días de sufrimiento.

Del Vaticano, 19 de noviembre de 2024

Francisco