La infinitud de la nada

 La infinitud de la nada  SPA-047
22 noviembre 2024

“Pero tenemos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que estamos atribulados por todas partes, pero no angustiados; desconcertados, pero no desesperados; perseguidos, pero no abandonados; golpeados, pero no muertos, llevando siempre y en todo lugar en nuestro cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal” (2 Cor 4, 7-10). Las palabras del apóstol Pablo resplandecen a contraluz en la reflexión que compartió con sus amigos el padre Raúl Perrupato con ocasión de su 93.º cumpleaños, el pasado 17 de noviembre. Uno de esos amigos es el Papa Francisco, con quien el padre Perrupato mantiene una profunda amistad que dura más de 80 años, ya que ambos fueron vecinos en los años 40. El padre Perrupato, nacido en el barrio de Flores en Buenos Aires, desempeñaba junto al joven Jorge Mario Bergoglio el servicio de acólito en la parroquia, y, siendo cinco años mayor, prácticamente le enseñó a ser monaguillo a su joven amigo. Por esta razón, con mucho gusto publicamos la hermosa reflexión que compartió y que también envió a su viejo amigo de la infancia con motivo de su cumpleaños.
En la foto: el abrazo entre el Papa Francisco y el padre Raúl Perrupato durante la audiencia general del miércoles 22 de agosto de 2018.

“El que era de condición divina se anonadó a sí mismo haciéndose semejante a los hombres” (Filipenses 2, 6-7)

Testimonio de un cura joven, recién ordenado y dos curas ancianos y enfermos, en el ocaso de sus vidas

El cura joven era yo, ordenado el 14 de diciembre de 1958. Los ancianos eran el Padre Eulogio Justel y el Padre Julián Hurley.

El Padre Eulogio Justel, era español, del clero diocesano, y había abandonado su patria con alma de misionero para agotar su vida entregándose a nuestra gente. Cuando lo conocí brindaba un intenso servicio pastoral, en la parroquia de Luján Porteño y además escribía bellas editoriales en una revista que se distribuía entonces en todas las parroquias, con un contenido común para todas y con una parte dedicada a las actividades propias de cada una de las parroquias.

Pero con el transcurrir de los años, un día, ya viejo, se enfermó y careciendo en esa época de obra social, hubo que internarlo en un hospital público de las cercanías. Allí lo fui a visitar, estaba sentado en una cama, en una sala del hospital y el que era un grande, estaba allí con el roído camisón de todos los internados, mudo, solo, abandonado, incapaz de establecer un vínculo comunicacional con los que lo visitaban. De ser todo para mí, reducido a la nada.

El otro sacerdote era el Padre Julián Hurley, jesuita. Director Espiritual del Seminario y que, al mismo tiempo, se ocupaba de la iglesia del Seminario adónde concurrían, sobre todo los domingos, muchos vecinos. Cuando yo era seminarista, lo elegí como director espiritual, porque veía en él un hombre de Dios. Pero un día de lluvia salió para atender a un enfermo del barrio y volvió empapado. Se enfermó muy en serio y los jesuitas lo llevaron a una improvisada enfermería en el colegio de El Salvador.

Allí lo fui a visitar, y vi que era apenas una sombra del enorme sacerdote que yo había conocido.

Pensé entonces que alguna vez yo también podría estar así. Pero en ambos casos descubrí la grandeza del sacerdocio y me sentí muy feliz de haber sido elegido.

Entregar a Dios hasta el último cartucho de mi vida, sin tener el broche de oro de un ocaso brillante.

Relacionado con esto, recuerdo una florecilla de la vida del Cardenal Pironio. En una diócesis vecina a Buenos Aires, habían nombrado obispo a un sacerdote muy enfermo. El día de su ordenación episcopal lo llevaron en ambulancia, desde el hospital hasta la iglesia catedral donde fue consagrado. Y teniendo en cuenta toda la movida que acompaña la elección de un obispo, un sacerdote amigo, muy conocedor del tema, le comenté a Pironio. “¡Qué desperdicio!”. Pironio lo dejó mudo diciendo: “¿Cómo un desperdicio? Nunca más obispo ahora que esta clavado en la cruz”.

Es evidente que la lógica de Dios, no es nuestra 1ógica. Y que nuestros pensamientos, no son sus pensamientos.