No plegarse a peticiones laborales «que humillan» y «causan malestar», no homologarse a modelos en los que no se cree por obtener «prestigio social o más dinero»; más bien aprender a «custodiar el corazón, para permanecer en paz y libres». Son las invitaciones formuladas por Francisco en el mensaje a los participantes de la ii i edición de “LaborDì̀: una obra para generar trabajo” promovido por las acli (Asociaciones Cristianas de Trabajadores Italianos) de Roma, el día 17 de diciembre, en el centro congresos Auditorium de la técnica.
¡Queridos jóvenes amigos y amigas!
Me alegra que también este año se celebre el Labor Dì, para promover y volver a poner en el centro el trabajo digno. Doy las gracias a los organizadores, en particular a la doctora Lidia Borzì, presidenta de las acli de Roma. Quizá el trabajo os ha aparecido hasta hoy como un problema de los adultos. Como anciano Obispo de Roma quisiera deciros: ¡no es así! Vosotros ya habéis trabajado mucho, ¿sabéis? ¿Cuánto esfuerzo y cuánta energía han sido necesarios para vuestro crecimiento? Ciertamente, es mucho lo que habéis recibido, pero no servirían de nada los esfuerzos de padres, profesores, educadores, amigos, sin vuestra respuesta. Es verdad, cada uno sabe que también ha malgastado buenas oportunidades en algunas ocasiones; sin embargo, la vida misma no se cansa de llamarnos a salir de nosotros mismos. Tenemos nuestras “cuevas”. Nos construimos refugios, sobre todo cuando entorno a nosotros hay confusiones y amenazas. Pero en realidad estamos hechos para la luz, para la apertura. Así, pasada la adolescencia, se abre delante de vosotros la escena del mundo. Puede parecer llena de gente y distraída a vuestra llegada; sin embargo, falta todavía vuestra contribución, eso por lo que desde siempre sois esperados. Con vosotros – y quisiera decir a cada uno: contigo – entra en el mundo lo nuevo. Todo, verdaderamente todo puede cambiar. Escuchando el grito de la tierra, del aire, del agua, que un modelo equivocado de desarrollo ha herido tanto, he comprendido mejor una realidad que hoy quiero compartir con vosotros: en la creación “todo está conectado” (cfr Cart. enc. Laudato si’, 117; 138). Por este motivo la contribución de cada uno de vosotros puede mejorar el mundo. La novedad de cada uno concierte a todos. El mundo del trabajo es un mundo humano, en el que cada uno está conectado a todos. Y lamentablemente también este “mundo” está contaminado de dinámicas y comportamiento negativos que lo hacen a veces invivible. Junto al cuidado de la creación es necesario el cuidado de la calidad de la vida humana, la búsqueda de la fraternidad humana y de la amistad social, porque nuestros vínculos cuentan más que los números y las prestaciones. También esto hace la diferencia en el mundo del trabajo. Y vosotros, acercándoos a eso, es importante que tengáis bien firmes tanto la conciencia de vuestra unicidad – que es independiente de cualquier éxito o fracaso – como la propensión a establecer relaciones sinceras con los demás. En muchos entornos seréis, entonces, una revolución gentil. El pasado año os sugería la imagen de las obras. Al acercarse el Jubileo, de hecho, ya iniciaba a trastocarse nuestra hermosa ciudad. Este año propongo otra imagen, que se repite a menudo y por todos lados, incluso en los mensajes que os intercambiáis en cada momento. Me refiero al corazón, que normalmente unimos al amor, a la amistad, pero que en realidad llevaréis con vosotros también al trabajo, así como late en vosotros en el tiempo de la escuela o de la universidad.
Para la Biblia el corazón es el lugar de las decisiones. Allí nacen las aspiraciones, allí surgen los sueños, allí se hacen sentir las resistencias, allí se insinúan las perezas. Vosotros conocéis vuestro corazón: ¡custodiadlo! A veces puede asustar y se puede no sentir, pero permanece nuestro, inviolable. Siempre podemos volver allí. Y allí, si tenéis el don de la fe, sabéis que Dios os espera con infinita paciencia. Os escribo estas cosas porque, asomándoos al mundo del trabajo, todo sin embargo os parecerá rápido. Podría casi oprimiros lo que se espera de vosotros. Tendréis, como se dice, la respiración sobre el cuello de personas que conocéis o que no conocéis: muchas peticiones, a veces demasiadas indicaciones y recomendaciones. En estas circunstancias, aprendéis a custodiar el corazón, para permanecer en paz y libres. No os pleguéis a peticiones que os humillan y os causan malestar, a formas de proceder y a exigencias que ensucian vuestra autenticidad. Para dar vuestra contribución, de hecho, no tenéis que dejar que cualquier cosa os parezca bien, tampoco el mal. No os homologuéis a modelos en los que no creéis, quizá para obtener prestigio social o más dinero. El mal nos aliena, apaga los sueños, nos deja solos y resignados. El corazón sabe notarlo y, cuando es así, es necesario pedir ayuda y hacer equipo con quien nos conoce y se preocupa por nosotros. Es necesario elegir. Queridos, en el mundo del trabajo se entra juntos. No cada uno por su cuenta: nos convertiríamos rápidamente en engranajes de una máquina y quien tiene el poder podría hacer con nosotros cualquier cosa. Las acli , que os han reunido, son un ejemplo histórico de la importancia de asociarse, transformar las intuiciones del corazón en vínculos sociales. Juntos se pueden realizar los sueños. El corazón busca amistades, piensa sin aislarse, se calienta identificándose.
El corazón sabe ser flexible y generoso. Sabe renunciar a algo, pero persiguiendo el ideal. Sabe fijarse metas, pero presta atención a cómo se logran. Y cuando el trabajo se organiza sin corazón, está en peligro la dignidad humana de quien trabaja, o no encuentra trabajo, o se adapta a un trabajo indigno. Hoy es la economía la que se da cuenta de que el saber hacer no basta, que las prestaciones no son todo. Para esto serán suficientes cada vez más las máquinas. Humana, en cambio, es la inteligencia del corazón, la razón que escucha las razones de los demás, la imaginación que crea lo que aún no es, la imaginación con la que Dios nos ha hecho a todos diferentes. Somos “piezas únicas”, ayudémonos entre todos a recordarlo. Agradezco a los adultos que caminan con vosotros y les digo: no dobleguemos a los jóvenes a las razones de lo que existe, no corrompamos su novedad: démosles la mano y presentémosles los largos tiempos e incluso el peso de las responsabilidades, confiemos en lo que se siembra en sus corazones. Queridos jóvenes, os animo a unir esfuerzos, a construir redes, también internacionales, para reparar la casa común y reconstruir la fraternidad humana. El corazón humano sabe esperar. El trabajo que no aliena, sino que libera, comienza desde el corazón. ¡Felicidades por este día! Estoy con vosotros y os bendigo de corazón.
Roma, San Juan de Letrán, 17 de diciembre 2024
FRANCISCO