La concreción de la carne es un antídoto contra los prejuicios ideológicos

20 diciembre 2024

En el viaje de un día a Córcega, marcado por tres encuentros y discursos relacionados, el Papa Francisco tocó muchos temas, pero, sobre todo, se sumergió en la realidad de la gente de esta hermosa isla en el corazón del Mediterráneo. Sumergirse es el verbo correcto porque estas aproximadamente diez horas pasadas en Ajaccio fueron un largo abrazo entre el pastor de la Iglesia universal y esta única “oveja”, la Iglesia local de Córcega que lo acogió con un afecto y una calidez a veces abrumadores. En el primero de los tres encuentros, el Papa quiso intervenir en la sesión final del Congreso sobre “La religiosidad popular en el Mediterráneo” y ofreció su reflexión sobre este tema tan importante para él. Quería hacerlo precisamente en este período histórico, en este “cambio de época” en el que, dijo, “especialmente en los países europeos, la pregunta sobre Dios parece desvanecerse, encontrándonos cada vez más indiferentes respecto a su presencia y su Palabra”. Sin embargo, añadió el Papa, “debemos ser cautos al analizar esta situación, para no dejarnos llevar por consideraciones precipitadas o juicios ideológicos que, a veces todavía hoy, contraponen cultura cristiana y cultura laica. Esto es un error. Al contrario, es importante reconocer una apertura recíproca entre estos dos horizontes”. Citando a Benedicto xvi , el Papa subrayó la importancia crucial de vivir una “sana laicidad” basada en el respeto, el diálogo y la armonía entre los dos horizontes, el secular y el religioso. El enfoque ideológico acaba siendo excluyente y conduce al conflicto, penalizando el esfuerzo encaminado a buscar el bien común. El razonamiento del Papa tiene matices e implicaciones políticas evidentes: en un mundo cada vez más polarizado y conflictivo, el camino hacia la paz entre (y dentro de) los pueblos pasa por el redescubrimiento de la piedad popular:

“Es precisamente en este marco donde podemos apreciar la belleza y la importancia de la piedad popular” que “que expresa la fe con gestos simples y lenguajes simbólicos arraigados en la cultura del pueblo, revela la presencia de Dios en la carne viva de la historia, fortalece la relación con la Iglesia y a menudo se transforma en ocasión de encuentro, de intercambio cultural y de fiesta. Es curioso, una piedad que no sea festiva no tiene ‘un buen olor’, no es una piedad que venga del pueblo, es una piedad muy ‘destilada’”.

En la era del populismo el problema no es que haya demasiada gente, sino que hay muy poca. Esta piedad sencilla y festiva nunca debe degenerar en superstición, en clausura sectaria, sino que debe abrirse al encuentro, al intercambio cultural; sólo así, continuó el Papa, se puede ofrecer y dar a los cristianos una “ciudadanía constructiva” y añadió que, muchas veces, “algunos intelectuales, algunos teólogos, no entienden esto”. El Papa advierte contra una piedad “destilada”, incorpórea. El que indica es un camino sutil, que el cristiano está invitado a seguir sin miedo: vivir con corazón sencillo y libre la dimensión popular de la propia fe sin caer en un “folclore” superficial, en una clausura en nombre de una identidad. Venganza defensiva basada, hija en el fin del miedo del mundo. Al contrario, esta piedad lleva a “sumergirse” en esa carne viva de la historia en la que vive Dios.

La concreción de una fe auténticamente vivida es el antídoto contra el riesgo de ideología, todavía muy presente hoy. Tres brevísimos momentos de abrazo físico, todos “no programados”, muestran cómo en Francisco el pensamiento nunca está separado de la acción. Al entrar en la catedral de Ajaccio para el segundo encuentro de la mañana, se detuvo para abrazar a Don Gastón Pietri, sacerdote de 95 años y 70 de sacerdocio, luego quiso saludar calurosamente uno a uno a todos los niños del coro que lo habían acogido cantando una versión reescrita de Halleluja de Leonard Cohen. Finalmente, después del discurso, el Papa abrazó y acarició con conmovedora ternura a un monaguillo que padecía trastornos mentales. Al final del largo abrazo, el niño se separó del Papa y, con amplios gestos del brazo, lo bendijo. Y el Papa le agradeció la bendición. Tres momentos tan breves como intensos, conmovedores, que sellaron el abrazo de Córcega a su pastor, que al final de la jornada agradeció a la gente joven y vital de la isla porque le hicieron “sentirse como en casa”.

Un anciano, niños, un enfermo: el Papa sabe que el mundo de los hombres es un mundo frágil e indica el cuidado como el camino correcto para humanizar la vida. En una sociedad donde todo se vuelve “musculoso”, el Papa sabe que los “huesos” de esta casa común que es la humanidad son frágiles y necesitan cuidados. Al hombre ebrio de su omnipotencia tecnológica que ejerce la arrogancia de basarlo todo en el desempeño y en los resultados, el Papa responde invitándonos a mirar la humildad de los pequeños gestos, que se convierten en semillas escondidas de belleza y bondad, listas para germinar.

Andrea Monda